En lo alto de la Sierra Sur del Valle de Oaxaca, donde la tierra se vuelve piedra y el sol brilla en todo su esplendor, nace un guerrero silvestre llamado agave.
Ahí, en la Heroica Ciudad de Miahuatlán de Porfirio Díaz, se abre paso entre espinas, sequías y tormentas como un luchador que jamás se rinde.

Cada penca que crece es un brazo en guardia; cada raíz, un grito de resistencia. De esa rudeza brota un espíritu líquido: el mezcal. No se bebe, se enfrenta. Su nombre lo dice todo: Agave Rudo.

Y es rudo porque viene del combate con la tierra, de la paciencia de los años al crecer, del fuego que lo desgasta hasta volverlo esencia, con ese sabor amaderado, toques ahumados y recuerdos florales.

Un sorbo es una caída libre: primero sorprende, luego sacude, al final levanta. Su sabor firme acaricia la lengua como el sudor de una máscara, aquella que conoce a cada rival. Sin rodeos, sin armaduras: golpea directo, como un derechazo al mentón, y se queda en el paladar como una ovación.

El mezcal y la lucha libre comparten la misma sangre. Por ser cultura mexicana, ambos son herencia y rito; ambos nacen del pueblo y para el pueblo: uno se bebe, el otro se grita; uno enciende la garganta, el otro el corazón.

Mezcal Agave Rudo es eso: carácter, perseverancia y fuerza.
Cada sorbo honra la máscara y la memoria de los guerreros que jamás se rindieron en el cuadrilátero.

Porque beberlo es recordar que México es lucha; y como en cada llave, late la rudeza de nuestra historia.

 

Mezcal Agave Rudo artesanal: la esencia del espíritu que pelea contigo y te enseña a no rendirte.